Ok

By continuing your visit to this site, you accept the use of cookies. These ensure the smooth running of our services. Learn more.

« Lo que nunca te contaron sobre el heavy y el rock | Página de inicio | ¡Eres un ingenuo, Flaubert! »

02/06/07

No me gusta Álex Ubago

Qué guapa eres. Como aquellas chicas con las que jugaba a solas en la escuela y nos sentíamos tan cómodamente juntos, y que cuando empezábamos a crecer y a emular la estupidez adulta rápidamente disimulaban y se separaban de mi compañía si se acercaba alguien, porque yo no era un chico guapo. No sé si ahora sí lo soy, pero ya nadie tiene por qué fingir nada. A las chicas no les importa reconocer que desan estar a mi lado, si lo desean. Tú me miras con el mismo cariño que aquellas niñas. Con la misma calidez, y la misma cómplice serenidad. Y eres tan guapa. Tan perfecta. En tu corte de pelo, el volumen de tus labios, la belleza de tus facciones, el carácter de tus facciones, la profundidad de tu mirada, la longitud de tus pestañas. Y tu cuerpo esbelto. Tu ropa cómoda; ligera, pero elegante; moderna. Tejanos y camiseta, o top a rallas sin mangas. Hoy llevas unas mallas gruesas, no muy ajustadas, negras, los mismos zapatitos de princesa y cenicienta de poco tacón, un top completo y una chaquetita azul de cremallera, como de chándal. Siempre sport. ¿En qué trabajas, los sábados? Hay que tener valor para madrugar regularmente un sábado. Yo también lo tengo. De algo hay que sacar el dinero.

¿En qué estás pensando? Me gustaría saberlo; me gustaría conocerte más allá de tu asiento en el primer vagón del tren los sábados por la mañana. Pero preferiría no saberlo a sentirme decepcionado. A que la profundidad de tus ilusiones, de tus sueños, de tus emociones, a que la transparencia de tu bondad no sean más que el espejismo de unas pestañas demasiado bien perfiladas. Pero me resulta tan difícil de concebir. Una persona que sacrifica el fin de semana por algo de provecho en su vida es un bien infrecuente, como me dijo una abuelita del trabajo, con otras palabras. Qué guapa eres. Me gustas. No te conozco pero me gustas. Con la cabeza apoyada sobre el mentón, o sobre el marco de la ventana, tranquila, mirando el paisaje. Te imagino sobretodo muy buena persona. Muy sensible, muy hospitalaria, muy agradecida. Tal vez sea esa aura de bondad lo que más me atrae de ti. Lo que te haga tan irresistiblemente hermosa. Tengo tu imagen fijada en el cerebro, a pesar de que sólo te veo media hora, una vez a la semana, desde hace tres o cuatro semanas, y siempre de reojo, o furtivamente, cuando cierras los ojos y te puedo observar con detenimiento, o cuando miro por la venta y, ya de paso, te miro a ti. Y cuando nos cruzamos las miradas. No decimos nada; es decir, no expresamos.

medium_tren.2.jpg
Estamos tan sólo distrayendo la vista, y nos cruzamos. Pero sabemos que nos miramos. Que nos queremos mirar, pero no necesitamos ver. Sólo mirarnos, y saber que nos miramos. Sacudimos ligeramente algún miembro. Los pies, la postura de brazos, la rodilla; nos reacomodamos en el asiento. Y pensamos en algo más profundo. Yo siempre bajo la cabeza. No me importa reconocerlo. No tengo por qué fingir nada. Me gustaría conocerte. ¿Qué piensas, cuando me miras? ¿En qué estás pensando, cuando te miro? ¿Qué piensas, después de mirarnos?

No sé si te habrás dado cuenta. A veces tengo unas erecciones insistentes. Y no siempre son por ti. Hay otras chicas. Las mañanas, especialmente un día de fiesta, cuanto más temprano, más sensuales sois. Son cosas del horario, las erecciones. En ese momento del día llegan a veces sin ningún motivo. Y cuando lo hay, no es sólo la erección, sino la respiración, el riego de la sangre; puedo ponerme a cien en un instante. Y puedo relajarme de nuevo en otro instante. La primera hora de la mañana es cuando una mujer está más guapa. Cuando todavía no se ha zafado por completo de la vigilia. Siempre lo he pensado; o al menos desde que amanezco acompañado. A ti te veo ya maquillada, desayunada y vestida. Debes desayunar tan poquito. Aunque seguro que más de lo que se espera de una chica así de delgada. Tal vez unos croissans pequeños, blanditos, o unos bollos, y un poco de leche o zumo. Café no creo. No tienes el aspecto de haber tomado café. Tal vez lo tomes en el trabajo. O tal vez no tomes, como yo. Por la mañana todavía conserváis el rubor de las horas al calor de las sábanas, la calidez de los recorridos oníricos, la sensualidad natural de vuestro cuerpo, que se pierde a cada minuto, con cada intercambio simbólico, con cada mirada de hombre que os recuerda en qué mundo ha de vivir una mujer como tú.

Qué podría hacer para conocerte. O peor todavía, qué haría si te conociera. Me encantaría que leyeras esto. Aunque lo más probable es que si lo leyeras pensaras que no soy quien creíste que era. Como si de pronto, tú, no fueras más que la sombra de unas pestañas que me hicieron reconstruir un todo equivocado. Y aun así, me gustas.

12:50 Anotado en Delirios propiamente dichos | Permalink | Comentarios (2)

Comentarios

Uff, no sé qué decir... sentimientos claros y bonitos. Me gusta. Y si la invitas a café??? Un beso

Anotado por: Conchi | 12/06/07

Gracias!

Anotado por: Webmáster | 20/06/07