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26/03/06

El Canto de las Sirenas

Este texto lo escribí con la intención de enviarlo a no recuerdo qué certamen, pero al final resultó ser un vómito que quedó bastante lejos de satrisfacer mis desporporcionadas pretensiones literarias. Es la primera vez que le doy salida a esto... (El Masnou, principios de 2.004; esta vez sí, la fecha de modificación se aproxima a la fecha de composición original...)

Ella se fue, y yo no pude hacer nada por evitarlo. No entiendo cómo puede haber gente que se empeñe en decir que somos libres. No lo somos. Si yo fuera libre, ella no se habría ido nunca; la habría parado allí mismo con sus maletas y su equipaje y le habría hecho entender que no me detendría hasta hacerle saber que no deseaba a ninguna otra chica como la deseaba a ella, que me arrastraría hasta el confín del mundo con tal de seguir aspirando a obtener su perdón y la comprensión de que yo estaba empezando a sentir algo verdadero por ella, que lo nuestro era algo más que un fugaz pasatiempo y que lo último que hubiera deseado era hacerle el daño que le hice. Pero las cosas no suceden siempre como queremos que sucedan, ni podemos actuar siempre como nos gustaría porque estamos atados a tantas cosas que ya no sabemos lo que está bien ni lo que está mal, ni si el mal que hacemos por faltar a una expectativa se compensa con el bien que hacemos satisfaciendo nuestro propio deseo, que al fin y al cabo es el que siempre resta, y permanece cuando nuestros favores se han diluido en la marea de los tiempos y poco importa ya si obramos bien u obramos mal en su momento para determinadas personas, porque lo que nos sigue importando es que obramos mal para nosotros mismos.
Sí, claro, a ratos podemos ser libres, y tomamos nuestras decisiones; sí, en última instancia somos siempre nosotros mismos los que podemos escoger entre seguir adelante con nuestros absurdos quehaceres cotidianos o mandarlo todo al carajo de una vez por todas y huir; huir a quién sabe dónde, a ninguna parte, donde no tengamos que preocuparnos más que de satisfacer nuestros pequeños impulsos momentáneos, sin tener que complacer a nadie porque sí; sin tener que competir con nadie, y vivir a nuestro aire como a menudo soñamos que tal vez podremos hacer algún día si las cosas salen como esperamos que salgan. Pero no; nos condenamos obstinadamente a seguir asfixiándonos por sacar adelante nuestras ilusiones y esperanzas y expectativas ajenas, que francamente podemos encontrar sobradamente absurdas y fuera de lugar. Pero y qué, ¿qué sería de nosotros mismos si huyéramos dejando atrás todo nuestro bagaje sentimental? Nuestras familias, nuestras amistades; nuestras aficiones, ya sean el mus o el parchís, el ajedrez o el motociclismo o el grupo de teatro de los domingos; la idea de conseguir un empleo mejor y disfrutar de los instantes en que podamos mirar a nuestro antiguo jefe por encima de los hombros… Porque si no, ¿qué nos impide zafarnos con un aspaviento de todas las inquietudes que nos atenazan los nervios, escapando de todo este descalabro emocional y virar nuestro rumbo radicalmente, esmerándonos, esta vez, en disfrutar tranquilamente de la vida y ser felices con las cuatro cosas que necesitamos? ¿Es la abulia crónica? ¿Es por cobardía? ¿Debilidad? ¿Qué…?

Me ha tenido que traer de vuelta toda aquella historia a la mente. Ya ni me acordaba, como si no hubiera pasado nunca. Pero estaba ahí, claro, en el poso de mis recuerdos. Dudo que llegue a desaparecer nunca. No sé qué le ha dado ahora a Marta por comprarse un sombrerito de felpa. El de Marta es lila pero el aspecto del gorro es idéntico al que llevaba ella. Aunque ella lo llevaba rojo, rojo intenso; granate, más bien. A ella le sentaba estupendo. Desde que la conocí ya se lo ponía de vez en cuando. Era como una parte de su personalidad, de su carácter. Todavía recuerdo cuando iba sentada en mi coche, la primera vez que la llevaba. Acabábamos de conocernos, y habíamos pasado toda la tarde haciendo un trabajo en casa de no sé quién; no sé si era de Maite o de Alberto; qué más da. Siempre había pensado que la música de The Corrs era una cursilería insulsa, pero en aquel momento me hacía poner la carne de gallina. Ella estaba tiesa, apretada contra el respaldo, con las manos puestas sobre el regazo y la mirada al frente, con aspecto severo, sin inmutarse, esforzándose en sostener un caparazón de seguridad que se habría venido abajo con la más mínima expresividad espontánea. Ni siquiera se había atrevido a quitarse el abrigo, ni el sombrero rojo. Granate. Tan cándidamente tímida, tan modosa. Se debía estar asando, porque tenía la calefacción puesta. La miraba de reojo y podía ver sus grandes y hermosos ojos oscuros clavados en la carretera, brillando sonrientes tras un mechón de pelo rubio que le caía bajo el gorrito, engarzados en aquella pose defensiva, tal vez tan asustada de si misma como de mí. Un tiempo más tarde, acomodada, distendida y confiada en el sofá de mi casa, apoyando la cara sobre su mano y el codo sobre la rodilla, me explicaba cómo su abuela solía decirle que no se fiara nunca de las buenas maneras y las intenciones pretendidamente honestas de los hombres a la primera; que tenía que ser paciente y ponerlos a prueba porque sólo así conseguiría alguno que valiera la pena, como su abuelo, que fuera bueno y honesto y pudiera hacerla feliz el resto de sus días. Y reía un poco, como si estuviera compartiendo conmigo una graciosa anécdota sobre la entrañable mentalidad de su abuela y su generación, y bajaba la mirada, me miraba y volvía a bajar la mirada, pensativa, sonriendo todavía. Y yo me reía también, un poco forzadamente, con ella, y nos quedábamos en silencio, con la mirada perdida. En aquel momento me costaba prestar atención a lo que decía, porque sólo pensaba en besarla; mi felicidad pendía de un hilo, colgada de sus grandes ojos brillantes y su expresión risueña, y la contemplaba ensimismado preguntándome si sería aquél el momento de besar su sonrisa.
Sólo la besé una vez, una tarde nublada, en un parque. Paseábamos, charlando, nos detuvimos un instante y nos quedamos mirando fijamente a los ojos, con nuestros rostros recortados entre el follaje de los árboles, los bancos y la arena del parque, y, por supuesto, supe que era entonces. La besé tímidamente… me temblaban las rodillas. Permanecimos así un momento, respirando el uno el aliento del otro. Nos volvimos a besar, sin reservas esta vez, y el mundo desapareció a nuestro alrededor. Pude al fin no pensar en nada. Tan sólo sentir el tacto cálido y tierno de sus labios, de su boca; arrastrados ambos por el arrobamiento de la pasión, súbito y candente... Cuando regresamos al mundo ya era de noche. Un par de días después se enteró de que yo estaba viviendo con Marta desde antes de conocerla, y que Marta no era sólo una amiga, y en un instante se derrumbó toda la imagen positiva que pudiera haberse creado de mí. Dejó de atender razones, cogió las maletas y se fue; quería haberse ido hacía tiempo pero se había quedado unas semanas por mí, porque le gustaba estar conmigo y estaba pensando en retrasar el viaje. Nunca me había dicho nada, igual que yo nunca antes me atreví a contarle nada sobre Marta, hasta que tuvo que enterarse. Sólo pensaba en besarla, en llegar a poseerla algún día. Cómo iba a saber que llevaba meses pensando en irse al extranjero, que podía precipitarse todo de aquella manera. No fui capaz de insistir, no me creí capaz de alterar las circunstancias, traté de restarle importancia a su pérdida.
Importancia. ¿Y qué importancia tienen las cosas? ¿Por qué me importa ella más ahora que cuando pude retenerla y no sentí la necesidad que me diera el valor suficiente? Qué más da; nada importa nada, todo es la misma mierda, la importancia es sólo capricho… o convención. De poco me importan esos árboles demacrados, tras el difuminado reflejo de esa cara de asqueado que tengo, o que ese viejo almacén abandonado esté lleno de pintadas, o esos pisos que están construyendo ahí delante, cuyo aspecto seré incapaz de recordar en cuestión de un minuto. Y cuánto me importarían, tal vez, si en ellos se instalara una chica como aquélla, que me hiciera volar, con la que tuviera que dejar pensar en nada el tiempo que estuviéramos juntos, que me redimiera y me ayudara a convencer a Marta, de una maldita vez, de que no necesito sus besos por las mañanas…
Otra vez esa espantosa melodía. A ver cuándo me acuerdo de cambiarla. Pere, ostia…
–¡Hola, Pere, ¿qué tal?!
–Ei, Jaime, cómo andamos… Oye, me gustaría hablar contigo esta tarde; es sobre mi primo…
Lluís, ya me imaginaba…
–Pero, ¿hay alguna novedad?
–No, no, nada importante; ya te contaré. He estado pensando en algunas cosas, y me he enterado de algunas otras y quería hablarlo contigo…
–Claro, no hay problema; quedamos esta tarde.
–Te paso a buscar por la tienda cuando salgas.
–Está bien, está bien… Luego hablamos. Suerte, hasta luego.
–Venga, ciao.
Pobre Pere. Apenas lo conozco; en realidad siempre ha sido el primo de Lluís, pero se le ve muy buena gente. Nos han unido bastante últimamente todos los problemas que ha tenido su primo. Qué espanto, todo lo que ha pasado… Y mira que se veía venir; es evidente, estas cosas llegan así. Qué bajón. Pero mejor no pensar en ello porque, ya ves, de qué sirve pensar. Te paras a meditar un momento y ¡zas!, ya te la has pegado contra un muro que habías pasado por alto. Pensar no nos lleva a ninguna parte, a no ser que tengamos ganas de estrellarnos contra el muro, porque realmente no estamos en lo que hay que estar, en lo que tenemos delante. Y por eso mismo, tampoco se puede decir que estemos realmente reflexionando; más bien es como si anduviéramos encantados, presa de un embrujo perverso, y nos creemos que estamos usando la razón y que nuestras divagaciones tienen algún sentido y aplicación práctica. Y en los momentos de verdadera lucidez, cuando conseguimos analizar las cosas de verdad, de frente y sin tapujos, nuestras elucubraciones sólo reportan sufrimiento y la conciencia de su propia inutilidad empírica en el campo de la ética. La razón nos ha dado el poder, dicen. Sí, pero tras el poder se esconde una jodida trampa, cortesía de nuestra bienamada madre naturaleza. No somos los únicos seres sujetos a la cruel e insensible injusticia de este gélido Universo, pero sí los únicos que tenemos conciencia de ello y podemos sufrirlo en todo momento de nuestra existencia. ¡Acción, acción! Lo que hay que hacer es actuar, marchar con determinación, adelante con uno mismo y lo que uno piensa, armarse de cinismo, sin preocuparse por los vicios que se arrastran para ilusionarse por las cosas, sin roerse el alma por conceptos absolutamente irreales como la justicia, el bien o el deseo. Y si faltan fuerzas, que no falte el valor: hacer el equipaje…
Badalona, ya. Tengo que sacudirme esta morriña como un perro mojado. Ahí sube Marta. ¿A qué viene esa cara de pocos amigos?
–Hola. ¿Qué tal?
No hace falta que me des un beso, no. Tú a la tuya.
–Pues mira, mejor no preguntes. Esto es un atropello, vengo atacada.
–Has visto, te he reservado sitio.
–Ah, y me ha llamado Jorge. No sabía que habías quedado con él esta tarde. Toma, se dejó las gafas de sol en casa el otro día; menos mal que me ha llamado, porque si tengo que esperar a que me lo cuentes tú… Acuérdate de llevársela.
Es verdad, es verdad, Jorge, mierda… ¡Uf!, esta mañana tiene un aliento que tira para atrás. Ayuno, café y cigarro. Cocktail explosivo. No se la puede dejar sola.
–¿Esta tarde? Imposible… joder, no me acordaba.
–Eso me ha dicho. Tu verás, tendrás que llamarlo a la hora de comer si quieres darle plantón, ya sabes que apaga el móvil en el trabajo… ¿Qué tal?
No, por favor, no te pongas ese gorro…
–No te queda mal.
¿Y ahora sonríes?

00:25 Anotado en Cajón desastre | Permalink | Comentarios (7)

Comentarios

Como se iba a suponer susodicho personaje, léase yo, no ha leído ni una palabra de este descomunal documento situado en un bloq lejano al cual he tenido que llegar tecleando todas y cada una de las letras de "degermanideliramentis.blogspirit.com" lo cual me ha supueso un impresionante consumo de energía mental. Así, como que no tengo más fuerza, he leído la sección "Acerca de mí", y bueno, porque no, me ha sorprendido mi increíble capacidad para comprender que Germán es Gay.

Anotado por: oriHUELa | 27/03/06

Pírate a Orihuela!!!

Anotado por: Webmaster | 27/03/06

“el filosofo construye un palacio de ideas mientras él mismo vive en una choza”… o algo así reza el proverbio.
Este relato no me parece pedante, al contrario, veo una escritura generosa con su lector, y austera con las filigranas (he leído la sentencia debajo de “Harto”.) Agradezco siempre a quienes exigen más, a los que requieren mi atención y mi esfuerzo, precisamente por contar conmigo y reclamarme. Agradezco que no se escriba para la complacencia de un público idiotizado, o por autocomplacencia. El texto tenía un contenido, un tema, y es más era interesante: pensamiento y acción, las contradicciones. Los problemas de la coherencia. “yo hice eso. Dice mi memoria. ¡Yo no pude hacer eso! responde mi orgullo”
Este tipo de personajes ensartados en sus contradicciones siempre me han apasionado, tan humanos

La lectura ha sido amena, corta, fácil (en el buen sentido de la palabra) a la vez que consistente. Supongo que volveré a ella. Tienes un estilo sobrio, que da cabida al lector sin manipularlo, sin decirle qué ha de pensar, sentir o creer en cada momento. Eso se agradece mucho. Todo un detalle que la narración trate a la gente como personas que pueden pensar por sí mismas. Apuntar los caminos para que el lector decida recorrerlos por sí mismo, o no. El problema puede venir cuando uno quiere límites. ¿Quién es el bueno? ¿Y el malo? ¿¡Pero donde los ha puesto!? Mejor sin malos, simplemente humanos, con sus contrariedades y sus abanicos de posibilidades, con sus opciones de afrontar los problemas, su libertad de elegir cambiar ante una repetición, o como encarar una situación.

Anotado por: Miquel | 12/04/06

Dices:
“al final resultó ser un vómito que quedó bastante lejos de satrisfacer mis desporporcionadas pretensiones literarias.”
¿Cuáles eran tus pretensiones literarias? ¿Y por qué le llamas vómito y no mierda o aborto o embrión o fracaso?

Anotado por: Miquel | 12/04/06

Hey muchas gracias por tus comentarios. Además de alentadores, están argumentados, lo cual me llena todavía más de satisfacción. El tema de la pedantería yo creo que, como dije en el texto "harto" (que sí que es una sobrada pero tenía ganas de soltarlo, que por algo es mi blog), quien quiera entender que entienda. Como decía Nietzsche "entre todo lo que se escribe, yo amo sólo aquello que se escribe con sangre (...) no es tarea fácil entender la sangre ajena; yo odio a los ociosos que leen".
También decía Nietzsche, en su valioso decálogo "para aquél que desee escribir con estilo": "10. No es sensato ni hábil privar al lector de sus refutaciones más fáciles; es muy sensato y muy hábil, por el contrario, dejarle el cuidado de formular él mismo la última palabra de nuestra sabiduría".
Jamás juzgo las actuaciones de mis personajes por medio del narrador; si es en 3a persona por respeto a esta sensata regla, y si es en 1a porque la carencia de objetividad pone por sí sola de manifiesto que raramente los juicios emitidos por el narrador podrían coincidir con los de una persona sensata en disposición de los mismos datos. Supongo que te refieres a esto con lo de que los personajes son "humanos". Creo que las personas "inventamos" continuamente nuestras vivencias y nuestros recuerdos (lo cual incluye la absurda y a menudo arbitraria invención de bandos de "buenos" y "malos"); es por eso que en una narración en 1a persona tarde o temprano el lector debería terminar por darse cuenta de que a menudo el personaje piensa cosas que no tienen mucha coherencia con lo sucedido, pero que se comprenden al tener en cuenta la involucración sentimental con los acontecimientos, igual que sucede, "en vista aérea", por así decirlo (con menor detalle pero mayor alcance) con los diversos personajes explorados por un narrador externo.
Me alegra mucho que te apasione este aspecto de mi estilo :)

Sobre la pregunta que me haces, lo llamo vómito no tanto por degradarlo al nivel de desperdicio (que también) como por explicar que fue un efluvio incontrolado, lo llevaba dentro y salió cual lava volcánica en una erupción.
En realidad lo que sucede es que pretrendía hacer un análisis más minucioso y complejo sobre las contradicciones entre el pensar y el actuar; es decir, no quería limitarle a decir "ahí están" y no darle mayor sentido al texto: pretendía explorarlas y jerarquizarlas de modo que el lector pudiera sentirse identificado y comprender en qué puntos es más fácil idealizar e instalarse en "palacios de ideas" sin utilidad ninguna -¡buena esa cita!-, en qué puntos resulta más peligroso... el problema es que el límite del certamen para el que concebí el texto eran 2.000 palabras, y salvo que haya hecho alguna modificiación posterior, ocupa precisamente eso: 2.000 palabras exactas.
En principio la historia de la chica perdida e idealizada -probablemente la inercia con Marta (esto son elucubraciones mías, podría tener tanta razón una interpretación distinta de un lector como ésta mía) provocaría que, en caso de volver a tener la oportunidad de retener a la rubia del gorrito a su lado, volviera a perderla- era sólo un pretexto para someter al personaje al embrujo de alguna ensoñación a partir de la cual se pusieran de manifiesto contradicciones de su vida presente; pero me recreé mucho en la historia idealizada porque me gustaba aquella relación: para mí, (alejado de la "cátedra" de autor, como digo, e incluyendo mis inclinaciones emotivas), Marta es "la mala", porque es bastante simplona pero posee una capacidad de manipular e influir sobre las personas que coarta en gran medida la personalidad del protagonista, y la chica idealizada era en verdad un encanto: yo habría hecho lo que el personaje no se atrevió a hacer, habría cometido alguna locura por la rubia y habría dejado a Marta; de hecho probablemente lo habría hecho bastante antes de llegar a la situación extrema de andar liado con ambas a la vez. Es por eso que me recreé en los recuerdos del personaje y la idealización de la chica toma tanto relieve; también se me escapó la mano con sus reflexiones filosóficas sobre la libertad y la necesidad de tomar determinaciones drásticas ante el advenimiento de la epifanía (en el sentido joyceano), cosa que evidentemente el personaje es incapaz de hacer: es esta incapacidad y sus causas lo que de verdad me interesaba.
Por eso digo que fue un vómito, porque terminé por vomitar una idealización sentimental y unas divagaciones filosóficas que, leyendo tu crítica, en realidad se acercan bastante a lo que pretendía transmitir, porque aunque se me escurrieron los verdaderos propósitos del proyecto los tenía muy fijos en la mente cuando escribía y dejaron una huella bastante evidente.
Gracias a tu crítica tal vez me plantee quitarle el corsé de las 2.000 palabras y trabajar el texto para darle un poco más de riqueza (o mejor dicho alimentar flaquezas) en el sentido que el texto ha tomado independientemente de mis intenciones; todavía estoy a tiempo de no "tirar de la cadena".

Anotado por: Webmaster | 12/04/06

Sí, a eso me refería con lo de personajes humanos. Los personajes son humanos cuando no son objetos de un narrador todopoderoso que va a ilustrar a, nosotros, los ignorantes lectores tontos. Son humanos cuando ellos viven por sí solos y pueden elegir. Si los personajes son instrumentos que el narrador emplea, como marionetas, o si obedecen mecanismos, como maquinas, la humanidad se pierde. (En el caso de las fabulas, los mitos, las parábolas, poemas, etc. es distinto.)
Yo, al leer, puedo vivir con otros humanos. Pero si voy viendo que no son más que “casos” o ilustraciones de un problema teórico dejo el mundo literario y aparezco ante unas teorías. Me aparto de la vida, no experimento.

Estuve a punto de decirte que tal vez había de buen principio demasiado pensamiento del narrador. Al lector no le da mucho tiempo de zambullirse en el mundo literario. ¿Dónde me encuentro? ¿No es German quien me esta hablando de lo que piensa? ¿Estará haciendo de ventrílocuo? Tal vez es demasiado justo ponerlo de entrada. Pero no dije nada porque entendí que uno también puede entrar a través de las ideas de ese narrador idealista y me pareció adecuado debido al tema de la historia. Así que me acabó gustando la opción. La perspectiva completa del relato me ayudó a ver que no hacías propaganda de tus ideas.

No me gusta cuando un autor o una obra pretenden dar ejemplo de lo que debemos hacer. La decisión está en las manos de cada uno. Me refiero por ejemplo, que si introdujeras a un personaje que le dijera a Jaime: “Estás en una contradicción. Has de ser coherente.” Se echaría a perder todo el texto. ¿Por qué? porque la cuestión no es decir que se ha de hacer. Ni explicar. ¿No muestra la narración en sí misma la contradicción de alguien? Este “consejo” daría una injusta tranquilidad al lector que se diría a sí mismo: “¡Ah claro ya lo entiendo! Es un tipo que dice, pero no hace. Y lo bueno es hacer lo que se dice.” La adivinanza estaría resuelta y todos tranquilos. Ya tendríamos un modelo a seguir. Pero entonces ¿Por qué no haberlo dicho antes? En lugar de escribir una narración haber dicho: “Se ha de ser coherente y hacer lo que se piensa.” Pero justo ahí ya se ha perdido todo el espesor humano. Ya no estamos dentro del mundo sino de nuevo entre ideas fáciles de repetir a la ligera. Algo que sea mínimamente valioso debe de requerir mínimamente de nuestro esfuerzo. Es fácil repetir una frase, pero en una historia el nivel de comprensión corre por otros cauces.

Ocurre a menudo en pintura y en literatura que el público quiere ver una imagen bella o simplemente más sencilla de la humanidad. Se ve que hay gente que no le gusta encarar ciertos problemas y prefieren que se escriba de temas “más bellos” en pintura lo he vivido en mis carnes con los retratos. Hice unos pocos encargos de retratos de gente. Los hacia, sinceramente. Y luego me pedían retoques. Que quitara arrugas. “Hazla como aquí pero más joven” Al final acabé por rechazar todos los encargos por principio. Un tipo me hizo hacer tres veces el mismo cuadro porque su mujer… su amante en realidad (jejeje como Jaime) tenía la nariz larga. A La cuarta le dije que no podía mejorar. No me pago nada y yo regalé el cuadro a un colega al que no le importaba que esa mujer tuviera la nariz larga, y una sombra demasiado oscura. La pobre amante se quedó sin ese regalo tan romántico, imagino que el tipo iría a buscar alguna joya cara.


Visto des de tu perspectiva de hacer un análisis más minucioso y complejo sobre las contradicciones entre el pensar y el actuar entiendo tu decepción. Pero leyendo el texto de forma neutra éste dice: “Uno piensa y se dice a sí mismo cosas, se explica. Luego toca hacer y es el responsable.” No hay demasiado análisis de causas por parte del texto, tal vez algunas insinuaciones, pero lo que yo vi era que encajaba con tú teoría de la responsabilidad expuesta en los culpables.

En cuanto a lo de buenos y malos iba también por la comodidad. A veces ocurre que el público se identifica completamente con un personaje perfecto que “nos ilustra” y nos lleva cogidos de la mano por todo el texto. Muchas veces en los libros o las pelis te ponen este “caudillo” pretendidamente perfecto y venga a tirar millas. El lector se vuelve pasivo. Es idiotizado, sigue al bueno ciegamente y al final gana y comparte la alegría, igual que el súbdito comparte la alegría de formar parte del imperio al precio de no existir individualmente. Ya te lo comenté señalar los caminos para que los otros puedan elegir, no andar y vivir por otros. Ese aspecto de la literatura me gusta.
Me parece que un análisis más minucioso y complejo sobre el tema puede resultar muy… imposible en tan limitado espacio. La verdad es que tal y como está parece todo lo contrario, una narración sin pretensiones que expone el echo de forma clara y concisa. Tal vez el mayor defecto respecto a tus aspiraciones sea que uno se lo pudiera leer y entendiera que le estas queriendo decir que “Los hombres somos así” Pero eso no sale en la narración. Simplemente observar que no se protege de los lectores más comodones. Pero es difícil impedir que cada uno pueda instaurar sus prejuicios.

La frase final es reveladora, y su sentido múltiple va perfecto. Al terminar ahí acabas echando todo el peso de la responsabilidad sobre el lector i no solo al personaje. El lector descubre esa responsabilidad que es la coherencia a la vez que el protagonista se delata a través de nosotros. Esto me reenvía de nuevo a tu texto de los culpables.
Por cierto, creo que era el pintor Francis Bacon que dijo que a él le gustaría vomitar los cuadros más que pintarlos. No sé, tal vez me equivoco y me lo dije yo a mi mismo.

Anotado por: Miquel | 12/04/06

Me gusta la forma en que expresas la idea con "teoría de la responsabilidad", aunque preferiría llamarlo de la "culpabilidad", no sólo por el otro texto, sino pk es más agresivo; el mundo está mal repartido y nosotros tenemos gran parte de culpa, y cuanto más enfática e incisiva sea la revisión de este hecho, mejor, porque el tema es realmente serio, probablemente el tema más serio que me planteo en esta vida.

"Ocurre a menudo en pintura y en literatura que el público quiere ver una imagen bella o simplemente más sencilla de la humanidad"
Exacto. Es muy deprimente, pero es así.
Sin embargo, yo no creo que nadie entienda una historia "idiotizado" por ningún autor, como decían en braveheart (y no es que Mel Gibson sea precisamente uno de mis referentes) "Dios hace a los hombres lo que son".
Estas dos ideas van enlazadas: la gente es por lo común tremendamente perezosa espiritualmente, y prefiere eludir los grandes dilemas a enfrentarlos tal como son; como dices, prefieren representaciones de la realidad más bellas o más sencillas; mucho más cómodas que esforzarse en pensar un poco, enfrentarse a sus demonios internos, desafiar esa imagen común de la realidad que nos propone -ojo, digo propone, y no impone- el sistema.
En una novela de Gregory Benford decía algo así: no más problemas, déjalo estar, enciende la tele cariño. Eso es...

Me alegra muchísimo que digas que la frase final es reveladora: es una pregunta. Es decir, si la consideras reveladora, es que en tus interpretaciones has encontrado respuestas claras al significado del texto para tu provecho personal.
Me gustó dejarlo así, como un final abierto que obligara a pensar un poco por su ambigüedad. Cualquier interpretación es válida, pero lo que yo tenía en la cabeza es que es Marta quien sonríe y Jaime se pregunta sarcástimente que tiene que sonreír precisamente cuando él le hace un cumplido al respecto del sombrero: el cumplido que no es sincero (chicas, ya lo sabéis, un "no te queda mal" es un "desde luego podrías estar mucho mejor", los tíos tampoco decimos siempre lo que pensamos), y que además lo que hace es taponar el recuerdo de la chica que se marchó. A la mentira y ocultación de su aventura pasada se añade que es precisamente cuando el tema vuelve a flotar entre ambos en la mente de Jaime el único momento del texto en que Marta se muestra a gusto con Jaime, y le sonríe, como si la inercia de la realidad fuera a condenarnos a vivir en esa separación entre pensamiento y acción, como si los intentos de nuestra mente por solucionar problemas fueran precisamente el problema: el embrujo, el canto de las sirenas.

Anotado por: Webmaster | 25/04/06