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13/02/05

Día Triste

Nunca he querido ser un esclavo del calendario. Cuando el lugar y el momento obligan a ser servil y diligente porque “de algo hay que comer”, o a convertirse de pronto en un desbocado torbellino de entusiasmo y desparpajo porque “es sábado por la noche y hay que salir de marcha y divertirse”, o mostrarse alegremente cordial y generoso porque “es tiempo de paz y armonía”, a ves no queda más remedio, si se quiere ser sincero, que volverse un misántropo irritable en tiempos de ritual hipócrita preocupación moral, meláncolico e introvertido en los momentros de libertad de acción, o rebelde y transgresor ante la incompetencia de quienes pretenden regir nuestras actitudes o se dejan regir mansamente por la rutina. Por eso prefiero vivir y sentir mi vida según mis propios relojes al margen de las imposiciones de las convenciones, procurando no prestarles a mucha atención a éstas con tal de no caer en el desasosiego y la amargura. Paseaba yo un día charlando, por una zona comercial, bajo las enguirnaldadas lámparas navideñas. “¿Has visto esas luces, qué bonitas son?”. No, ni siquiera me he percatado de ellas; no les encuentro nada especial. “Qué poco romántico eres”. Y es que las cadenas del calendario no van separadas de los grilletes de la destartalada y cochambrosa silogística popular.
El día de mañana viene en los almanaques envuelto en un lacito rosa. Mañana, jóvenes bonitas o afortunadas leerán deshilvanadas líneas de un exacerbado sentimentalismo, difícil de comulgar con la sinceridad transparente, en tarjetas con forma de corazón, y las oprimirán contra su pecho pensando “qué romántico”. Mañana, algún osado y entregado jovenzuelo entrará en una joyería tarjeta de crédito en mano diciendo “deme algo bien caro”, y la dependienta lo atenderá pensando “qué romántico, cuánto la quiere”. Mañana, muchas parejas se hundirán en sus sofás para ver alguna película insulsa y llena de tópicos recurrentes, mientras consumen ese alimento tan apropiado para el goce de la sensualidad compartida que son las palomitas. Con los ojos entrecerrados y expresión arrebatada, las muchachas suspirarán para si: “hoy es un día tan romántico…”. Porque un empresario catalán se propuso, tiempo ha, celebrar San Valentín como el día de los enamorados para cubrir así el vacío comercial que se daba en esta época del año.
Tal día como hoy, más de siglo y medio atrás, vivía un hombre que profesaba fe en la razón y la lucidez como instrumentos para la crítica y la reforma de una sociedad en que muchos sufrían, anegados por la injusticia y el desamparo, pisoteados en la desleal carrera de su tiempo. Tal día como hoy escribía ese hombre ingeniosos arítuclos, cargados de cándido humor y aguda sátira, con el propósito de llamar la atención de sus conciudadanos y tratar de mejorar, con empeño y buena voluntad, los bárbaros desajustes del orden establecido. Tal día como hoy paseaba por un cementerio aquella sensibilidad atormentada, bajo la retorcida sombra de las ramas desnudas de los árboles en un cementerio, dolida por la frustración de ver sus escritos topar con la cruda impasibilidad del rumbo cultural de España, desgarrándose entre las zarzas de la censura; de contemplar atónito el derrumbe de sus ideales en revelarse la misma semilla de inmundicia y egoísmo en los estandartes políticos en que anhelaba encontrar la llave que abriera las puertas al progreso y la regencia de la sabiduría; y, lo que es peor, de ser incapaz de encontrar una salida satisfactoria a su necesidad de amar y ser amado en un mundo de formas y no de fondos.
Aunque reniego de la tiranía del calendario, y aunque hoy me he levantado con ganas de sonreír, de exprimentar y compartir las elementales minucias que alegran el alma humana, tan sólo puedo experimentar tristeza: no he podido resistir que la fecha dicte el sentimiento que mi corazón habrá de mecer el resto de la jornada. El 13 de febrero es un día triste para mí; un día de impotencia y trágica melancolía. Porque tal día como hoy, en el año 1.837, aquel gran Romántico llamado Larra decidía poner fin a su existencia, tomando una pistola que guardaba en una caja amarilla donde podía leerse: mañana.
Ese mañana fatídico llegó; y seguirá llegando, sin duda.

00:30 Anotado en Actualidad - opinión - "política" | Permalink | Comentarios (0)